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LEYENDAS EN LA BASÍLICA DE SAN ISIDORO



"El solar de San lsidoro habla de lo que fueron las raíces de nuestra historia".

Antonio Rodríguez Belzuz, en GUÍA DE LEÓN, Editorial Nebrija.


Un suceso singular en el siglo XII

Don Pelayo, obispo de Oviedo y testigo ocular del suceso obrado en la iglesia de San Isidoro, estima que, como tribulación de la ciudad por la próxima muerte del rey Don Alfonso VI, quisieron creer que el agua que brotó de las piedras del pavimento de la iglesia, anunciaba la partida del rey leonés.

Entonces, el suelo de la ciudad estaba mucho más bajo que hoy. Cuando se derriba algún edificio para construir nuevamente, las grandes máquinas y los transportes sacan fuera del recinto ciudadano los escombros inservibles. Entonces no. Se derribaba y se volvía a construir encima, sin extraer escombro alguno.

Para hacer los tapiales se traían ingentes cantidades de tierra; tierra que había que airearla y moverla, y hacer una preparación que duraba varios meses. Como sobraba mucha tierra poco a poco se iba incrementando el nivel del suelo. Quizá el nivel del suelo de aquella época del siglo XII se halle a unos seis u ocho metros por debajo del actual.

Por el subsuelo de la ciudad circulaban acueductos ya romanos, nacen fuentes y hay abundancia de agua.

Pues, en efecto; el día de San Juan Bautista del arlo 1.109 brotó una abundantísima fuente en el pavimento del altar de San Isidoro; y lo certificó este obispo ovetense y el de León, don Pedro, y la fuente se sostuvo por varios días.

Pasados pocos días, el primero de julio de ese año de 1.109, muere el rey Alfonso VI. El mismo día que murió el rey cesó de manar la fuente.

La comida de Santo Martino

Santo Martino fue un monje de la basílica de San Isidoro, confesor del rey Alfonso IX y de su esposa Doña Berenguela.

Se cuenta que el rey Alfonso IX de niño era ciego, y Santo Martino le devolvió la vista lavando sus ojos con el agua que hacía cincuenta años había manado en la fuente del pavimento del altar de San Isidoro, y que conservaban los monjes canónigos en una redoma. Pues este inquieto monje isidoriano salió viajero por tierras de allende las fronteras de España, para aprender los saberes.

Porque se dice que Santo Martino, en un principio era bastante negado a estudiar las letras pero San Isidoro le obligó a ello, y le obligaba a comer libros; que a tal hace referencia un cuadro que hay en la biblioteca del museo, en que aparece San Isidoro obligando al monje a comer un libro.

Santo Martino se va deteniendo, sin prisas, por los solares franceses y luego propaga en León estas ideas artísticas, y el pueblo fiel le sigue, y cuando en la basílica predica se llenan sus naves y se abarrota el templo, de gentes ávidas de sus doctrinas.

Cuando muere Santo Martino comienza a levantarse la catedral, filigrana de cristal y piedra que, basada en el arte que Santo Martino fue trayendo a León, va a asombrar al reino.

Tanto escribió Santo Martino que cuenta la tradición, dictaba a la vez a siete amanuenses; caso de estos insólitos en la Historia, pues requiere una dispersión de la atención que casi nadie puede alcanzar. Se tiene noticia de que el emperador romano César dictaba cuatro cartas a la vez que él escribía la quinta.

En el retrete de Doña Sancha, sala tocador, se conserva la mano de Santo Martino en un relicario; y tanto escribió que sus dedos se hallan deformados y juntos. Su sepulcro se conserva en la capilla de su nombre en la basílica.

La barrica de Santo Martino

En un lugar de la basílica de San Isidoro hay una barrica de roble. Solamente el abad y el administrador saben el lugar donde se halla esta barrica. Gracias a ello no pudo hallarse ni por la francesada cuando invadió el templo, ni en otras ocasiones tumultuarias en que se ocupó la basílica.

La barrica procede ya del siglo XII; y dícese que la llenó de vino Santo Martino, vino que tiene solera de casi ochocientos años.

Todos los años se observa un ritual ceremonioso. El abad, ese docto abad que rebosa ciencia, leonesismo, tradición y amabilidad, saca un litro de vino y repone dos, de mosto.

Lo hace con sigilo, sin que nadie se entere más que el administrador que le acompaña. Y lo hacen el Jueves Santo, después del Santo Oficio, probándolo los dos canónigos isidorianos. También nosotros pedimos catar el vino, pero el abad, amigo y admirado, nos contestó que antes hay que hacerse canónigo.

En pasadas épocas, el día de la extracción ocurría en la Nochebuena, después de la Misa del Gallo; porque era día de ayuno que ya se rompía tras los divinos oficios, y servían el vino, que creo sabe a néctar y ambrosía de los dioses del Olimpo. Y cuenta don Antonio Viñayo que alguno de aquellos canónigos de otras épocas, tras el trasiego del licor oía cantar el gallo dorado de la torre; ese gallo que remata el románico del templo, y que es como un símbolo leonés.

El abad repone los dos litros de mosto para compensar lo que se extrae y la evaporación e impregnación de la madera.

El rey Don Alfonso XIII, con ocasión de su visita a la basílica mostró interés .por esta tradición y rehusó catar el licor por no romper la costumbre, aunque le había sido ofrecida una jarra de vino, pese a no ser Jueves Santo.

El día de Sábado Santo, en la Vigilia de la Luz, a los amigos isidorianos asistentes a los oficios litúrgicos, que son todos los feligreses, el abad y el Cabildo invitan en las galerías del claustro a un convite de pastas y vino dulce.

Hemos preguntado al abad, don Antonio Viñayo, si también en la Vigilia de la Luz saca vino de la barrica para el pueblo. El dice que la tradición solamente se observa en el Jueves Santo, pero tampoco ha sido rigurosa su negativa de que el Sábado Santo, y entre el vino dulzón para las gentes haya sabores de siglos, porque produce efectos milagrosos de cariño y convivencia; y el Cabildo se halla complacido entre los centenares de isidorianos que se enorgullecen de la acogida y amistad de la Institución.

Dicen que la Constitución de los Estados Unidos nació en la basílica de San Isidoro.

Hay en el interior de la basílica de San Isidoro una capilla denominada "de los Quiñones". Debido al gran ascendiente del conde Luna, se le antojó cuadrar la sala para su enterramiento, y había tapado unas pinturas que hay en sus muros. Es capilla posterior en su construcción a la iglesia, y la puerta estuvo tapiada desde el siglo XV al XX.

Sus pinturas son alegorías, al Juicio Final, para que votasen con justicia los canónigos; porque hay en tales pinturas canónigos que van al infierno, una gran caldera y uno de ellos que también está soplando el fuego para avivarlo.

Esta sala fue capitular, como tiene todo monasterio. Allí se reunían los canónigos para tomar decisiones en votación democrática y secreta, porque votaban con habas blancas y negras.

Y sus estatutos eran tan democráticos que la Constitución de los Estados Unidos de América, dicen que tiene su espíritu democrático tomado de los estatutos de la comunidad agustiniana de los canónigos de esta basílica.

A tal efecto, cuando se redactó la. Constitución americana, cuéntese que, en la mesa de redacción había, a un lado la Biblia y al otro los estatutos de los dominicos.

Los dominicos son una rama de los agustinos. Cuando el padre Aniceto de Pardesevil, León, general de los dominicos, visitó la Casa Blanca fue recibido con honores de presidente de Estado; en agradecimiento a que la Constitución del país se halla inspirada en los estatutos agustiniano-dominicanos, que nacieron en esta sala isidoriana.


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